Mariadela Villanueva
Nueve y media de la mañana: 600 personas “organizadas” en el sótano
de un supermercado cercano a una estación de Metro. Al oeste del mismo, cuatro cuadras de personas
venidas en su mayoría de zonas populares de Miranda, esperando pasar al sótano.
En la acera de enfrente, custodiados por guardaespaldas, un fotógrafo y un
equipo de filmación de algún medio extranjero. Al este, unas 250 personas de la
tercera edad haciendo la cola “preferencial”. En los alrededores, vendedores
ambulantes ofreciendo café, cigarros al detal, mangos, cachuchas, paraguas, etc.
Evento extraordinario, no. Fenómeno observable
en cualquier comercio, cuando “llegan” productos subsidiados, proporcional al grado
de compromiso de los propietarios, la gerencia y los empleados con la guerra, a
las facilidades de acceso al local y a la agilidad de las redes dedicadas a trasladar
a los revendedores de oficio.
Es posible que las colas no tengan
mayor peso económico, como señalara en estos días un importantísimo tecnócrata,
pero si tienen un elevadísimo costo político. Hay que estar bien ciego para no
verlo.
Internacionalmente, las colas son utilizadas como prueba evidente del
sufrimiento de un pueblo víctima de las arbitrariedades y la ineficiencia del “régimen
castro – comunista”. Localmente, le
facilitan a la oposición, organizada y espontánea, un tiempo y un espacio para
mantener viva la campaña sucia contra el Presidente Maduro, responsable directo
de las mismas, según unos, o sin fuerzas para acabar con ellas, según otros.
Las colas son un instrumento perverso
urdido para la burguesía globalizada que tiene asediada a Venezuela, para
socavar cultural y psicológicamente la base popular del chavismo. Para
desmoralizar al sujeto de la Revolución, al protagonista del más importante de
todos los Motores: La Economía Comunal, Social y Socialista. Además, las colas
enrarecen el ambiente y profundizan la brecha entre el pueblo colero y
trabajadores asalariados desclasados que las identifican con el chavismo, se
ufanan de no hacerlas y se quejan por “padecerlas”.
El Gobierno no puede seguir
esperando, tiene que aprovechar el decreto de Excepción y Emergencia Económica
para acabar con este frente estratégicamente planificado. Esperar que las colas
desaparezcan por si solas es tapar el sol con un dedo y designar a funcionarios
responsables del orden público para que las acompañen, es
institucionalizarlas.
Las autoridades, con apoyo de las
organizaciones comunales, deben tomar las acciones necesarias para identificar
a quienes hacen cola por necesidad y quienes la hacen para obtener dinero fácil,
a fin de incluir a las personas del primer grupo en Las Bases de Misiones y los
CLAP de sus zonas de residencia y de tomar las medidas que corresponda contra
los segundos.
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